Arquitecto Victor Artís habla en su artículo de opinión del aniversario de la ciudad.
Por Victor Artis
Vivir en Caracas es apreciar una hermosa vista y disfrutar de una agradable compañía, es decir a cualquier mujer que es bella, es olvidar el tiempo mientras compartes con tus amigos, es comer una buena arepa con un jugo tropical, es el Ávila, son las sonrisas, los amaneceres y la bondad de un desconocido. El amor a una gran parte de ti, es la virtud oculta en cien mil corazones.
Vivir en Caracas es la paranoia constante, es madrugar sabiendo que puedes llegar tarde, es lidiar con el rencor y la viveza, es el hambre de un mendigo, es la revancha de un caído, es la inseguridad, es el miedo, es resignarse a lo incierto y la desidia, es esconderse tras los problemas de una sociedad conformista. Es la noche misteriosa y sus silbidos de muerte. Es el odio a un lugar en tu memoria…
Caracas es la vida en un paraíso bajo las reglas de demonios, es la creencia en una especie de ying yang maquiavélico, la esperanza escondida en la tierna mirada de un bebé, es un karma instantáneo y una eterna disputa, es escapar a la cima del mundo y luego devolverte por un camino oscuro e incierto donde no podrás tener ventajas. Es dormir con sueños y despertar con pesadillas, es también todo lo contrario. Es lo mejor de un pequeño mundo del cual no queremos escapar, porque quizá no podemos o porque quizá somos optimistas.
Mientras vivamos dentro de ella la odiaremos, la querremos, la abandonaremos y regresaremos. Estaremos constantemente situados en el punto medio de un matiz en el horizonte.
La próxima semana Caracas iniciará su año 451 y terminará los primeros 450. Una aldea aislada, protegida por bellas montañas y rodeada por campos fértiles y productivos, es hoy una extensa y densa ciudad. Desde 1578 es la capital del territorio y de aquí irradiaron las carreteras, los ferrocarriles y las comunicaciones que la conectaron con el país. El crecimiento ha sido imparable y espontáneo, sin planes para ordenarlo, e igual en las capitales de los estados. En 1939, con unos 300.000 habitantes, fue contratado Maurice Rotival para ordenar el área comprendida ente El Calvario, la Plaza Morelos, el pie del Avila y El Guaire. Aunque existían Catia, Antimano, El Cementerio, el Country Club, Chacao, los Palos Grandes y Los Chorros, el Plan no incluyó las áreas intermedias, aspecto que si incluían los estudios preliminares del Servicio de Urbanismo del Ministerio de Obras Públicas en 1936. Desde mediada la década del 40, la ocupación de Caracas consistió en desarrollar urbanizaciones aisladas, sin relación con las propiedades vecinas. Después vinieron las redes generales de vialidad y servicios, hechas a retazos y con atraso.
La generación de actividades de todo tipo aumentó la población de Caracas sin que hubiera previsiones para asentarla. De allí las barriadas caóticas, carentes de acceso, servicios, equipamientos ni confort. El reto es cómo arreglar todo esto, ¿tendrá solución? Lo primero sería reconocer la ineficiencia de los planes urbanos promulgados e identificar porque han fallado. En realidad han sido recopilaciones de lo ocurrido pues El Silencio, El Parque Central, Caricuao, el 23 de Enero, El Paraíso, Los Próceres, el Foro Libertador, la Cota Mil, la Autopista a Prados del Este, el Metro, el aeropuerto en La Carlota, la Rinconada, el Campus de las Universidades, el Hipódromo y Fuerte Tiuna, entre otros, fueron decisiones que no emanaron de ningún plan. La Avenida Bolívar, proveniente del Plan Rotival y las dos autopistas de Valencia son excepciones. Razones pueden ser varias, pero creo destacan dos: una puede ser que el crecimiento urbano ocurrido entre 1945 y 1955 sorprendió al país con muy pocos especialistas en urbanismo y por ello es inútil intentar asignar culpas; otra es el aislamiento entre los planificadores y los responsables de los presupuestos de inversión. No es lo mismo dibujar un plan sin tomar en cuenta los recursos disponibles que formularlo en base a ellos, tal como ocurrió en Ciudad Guayana, buen ejemplo todavía ignorado.
Pretender “arreglar” en un plazo breve a Caracas (o a cualquiera de las diez ciudades mayores), en base a peticiones de los residentes, sería una tarea imposible a no ser que los mismos pobladores asumieran los costos, proceder impensable entre nosotros, acostumbrados a exigir sin aportar. Parece necesaria una estrategia nacional para consolidar un país de ciudades mancomunadas, lo que aliviaría de responsabilidades al gobierno central y permitiría incrementar el situado constitucional, condicionado a dedicarlo a las actividades transferidas.
Podemos imaginar cómo sería Caracas dentro de 50 años, el mismo lapso que nos separa de 1967, fecha para muchos cercana, cuando con la ciudad ya “hecha” había los mismos problemas y oportunidades de ahora, aunque de menor dimensión. La planificación urbana puede proponer metas o imágenes a largo plazo que entusiasmen a los pobladores, pero debe ser actualizada anualmente, en función de recursos suficientes para concluir las propuestas, aunque deba transcurrir más de una administración. Si al renovar el país implantamos continuidad administrativa y evaluamos la experiencia acumulada, nada debería impedir asumir como tarea la conformación de un país de ciudades eficientes y gratas..