Apostar por la innovación es luchar por el cambio real, sabiendo que a veces conduces por carreteras arriesgadas y que tal vez acabes en un lugar algo diferente del que pensaste inicialmente, pero siempre un lugar de valor añadido.
El afán que se tiene hoy en día por la innovación, surge del deseo de crecer y sobrepasar a la competencia con un poducto, servicio o modelo de negocio que revolucione el mercado. Es decir que pensamos la innovación en términos de éxito, pues la vemos como esa solución que nos hará ganadores. Pero lo cierto es que la mayoría de los esfuerzos de innovación fallan. De hecho, las investigaciones han demostrado que en nuevas compañías, o startups, la probablilidad de fracasar en términos de innovación es del 78%, mientras que en las empresas maduras, este índice es del 99%. Si esto es así, ¿por qué perder entonces tiempo y dinero? La respuesta es muy sencilla: innovamos para aprender.
Por eso, antes de creer que esa platica se perdió, es importante entender que existen diferentes niveles de innovación. En su forma más básica estos son la innovación disruptiva y la innovación incremental. Cuando hablamos de disrupción, nos referimos al sueño que muchos buscan alcanzar: una respuesta que revolucionará por completo el mercado. Esto implica ingresar a mercados desconocidos a través de ofertas completamente nuevas. Por su parte, la innovación incremental propone cambios o mejoras a algo ya existente; es hacer lo que ya sabemos pero de una mejor manera.
Un error común que cometen muchas empresas, es buscar solo innovaciones disruptivas, y dejar de lado los cambios incrementales, pues ambos son importantes en el proceso de innovación. Es más, a la hora de adjudicar recursos, un 70% debe asignarse a buscar la optimización de lo que ya existente, mientras que el otro 30% debe dirigirse a la búsqueda de nuevos horizontes u oceanos azules. Esto por dos razones fundamentales: la innovación incremental lo llevará a mejorar su negocio y por ende optimizar el core de su negocio. La disrupción en cambio es difícil de encontrar y de lograr, pues implica nuevos conocimientos y un alto grado de incertidumbre. Para entenderlo, piénselo en términos de la lotería: es más fácil ganarse un chance que ser beneficiario del Baloto.
Cuando la innovación falla, lo que se debe hacer entonces es utilizar todo el nuevo conocimiento que se ha obtenido en el proceso y aplicarlo para mejorar el core de su negocio. Esto debe ir entonces acompañado de estrategias de gestión de conocimiento que aseguren la correcta captura y transmisión de lo aprendido en los diferentes esfuerzos de innovación. Thomas Alba Edison, por ejemplo, logró implementar su bombilla eléctrica después de haber realizado miles de prototipos, pero esto no le impedía valorar las pequeñas victorias, por eso decia que no consideraba sus primeros esfuerzos como fracaso, sino que había encontrado 10.000 formas en que no iba a funcionar.
La innovación es ante todo un proceso de ensayo y error, pero su valor se encuentra en el aprendizaje que extrae de cada equivocación. Es por esto que hay que perderle el miedo a equivocarse y empezar a crear mentalidades con una alta tolerancia al error. Somos humanos y nuestra naturaleza se encuentra en el errar, pero si no lo permitimos, el miedo no nos dejará hacer nuevos descubrimientos. Por eso es bueno darle la bienvenida a la incertidumbre y creer, como dice Alexander Osterwalder, en que el éxito se encuentra en fallar mucho, pero hacerlo de forma rápida y barata.